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El Primer Santuario que existió en América, el de Nuestra Señora de Altagracia esta situado en la Villa de Higüey, en la antigua “Isla Española”, hoy República Dominicana.

Son numerosas las primacías de la República Dominicana. Fue en esta tierra del Nuevo Mundo donde se plantó la primera cruz, donde se celebró la primera misa, donde se recitó la primera Avemaría, y de donde partió la irradiación de la fe a las otras islas cercanas, para de ahí extenderse a tierra firme.

Sobre el origen de la Imagen de Nuestra Señora de Altagracia existen diversas versiones, pero todas ellas se basan en milagros semejantes. Una de ellas cuenta que un colonizador vivía con su familia en una de las islas, y que acostumbraba hacer viajes para vender su ganado. En una ocasión cada una de sus dos hijas le hizo un encargo; la mayor le pidió vestidos, cintas y encajes, mientras que la menor, que era más inclinada hacia las prácticas religiosas, le pidió una imagen de la Virgen de Altagracia. El hombre se sorprendió, pues nunca había escuchado tal advocación, pero ella le aseguró que la encontraría.

Al término del viaje, y ya de regreso, el hombre pernoctó en casa de un viejo amigo, y le comentó mientras cenaban cuán desilusionado estaba porque sólo había podido conseguir lo que la hija mayor le había pedido, a pesar de haber buscado insistentemente la imagen de la Virgen de Altagracia, la cual parecía no existir. Al oír aquel comentario, un anciano que había pedido pasar al noche en la misma casa, y que estaba sentado en un rincón, se levantó y le dijo que sí existía la Virgen de Altagracia y que él llevaba su imagen.

Sacó de su alforja un pergamino que tenía las imágenes de la Santísima Virgen María adorando al Niño Jesús, recostado en una cuna a sus pies, y de San José al fondo.

Los numerosos milagros de la imagen hicieron que ésta se volviera el centro de la devoción de la isla, y así surgió la necesidad de construir un santuario, el cual fue hecho de paja, al igual que las demás iglesias circunvecinas, anexo a la parroquia de la villa.

Fue Don Simón de Bolivar, antecesor del “Libertador”, quien, al ver la devoción de la gente, no sólo de la isla, sino también de las otras islas de la comarca, pidió al Rey ayuda económica para poder terminar la iglesia.

En un principio la fiesta de Nuestra Señora de Altagracia se estableció para el 15 de agosto, por ser el día de la Asunción de María, pero un acontecimiento histórico cambió la fecha.

En 1689 Francia ordenó a todos sus súbditos de la parte de la Española que se apoderasen de toda la isla. Pero los nativos quisieron impedírselo y se desencadenó una batalla el 21 de enero en la Sábana de la Limonade. Los Higüeyanos participaron en la batalla y ofrecieron celebrar el recuerdo de aquella fecha si obtenían victoria, y llevaron en memoria una espada al santuario. Desde entonces comenzó a celebrarse la fiesta oficial de la Altagracia ese día, que constituye hoy una de las grandes celebraciones de la Iglesia en la República Dominicana.

Tiempo después Mons. Eliseo Pérez Sánchez propuso que se construyera un gran templo a María de Altagracia y fue en 1954 cuando se inició la construcción del mismo. Fue inaugurado el 21 de enero de 1971. Tanto en el exterior como en su estructura tiene la idea de invitar a los fieles al recogimiento y a la oración. Sin embargo, la imagen milagrosa se conserva en Higüey.

El amor a la madre es una de las cualidades más arraigadas de todos los pueblos latinoamericanos. La Virgen María refleja, para todos nosotros, en forma sublime, ese amor de madre; vemos en Ella a una persona que está cerca de sus hijos por su cariño maternal, comprensión e intercesión, al ponerlos en contacto con Dios. Un medio muy eficaz para mantener viva la unión con Nuestra Madre y con Dios es el rezo del santo Rosario.

Los latinoamericanos no la consideramos como un personaje del pasado, que existió hace dos mil años, sino que creemos que es una persona viva que está a nuestro lado, que escucha nuestras súplicas y está atenta a nuestras necesidades, que interviene en nuestra historia personal, familiar y nacional.

María nos lleva a Cristo, nos lo muestra como Maestro y Salvador, nos invita a meditar sus misterios y a vivirlos en nuestra propia experiencia. Ojalá que en nuestra devoción a Ella demos nuevos pasos de fidelidad a Cristo en esta fase de la Nueva Evangelización, en la cual estamos todos empeñados.

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